viernes, 13 de septiembre de 2013

13-Smx LA ESPERA








LA ESPERA
A las diez de la mañana de este viernes 13 de septiembre se confirmó el ultimátum del gobierno de Enrique Peña Nieto contra el campamento magisterial establecido desde el 19 de agosto, en protesta a la Reforma Educativa que en esencia atenta contra los derechos laborales de las maestras y profes del país. Sin embargo, desde anoche se rumoraba que iba a entrar el ejército.
“¿El ejército?” “Sí, van a entran los militares a sacarnos”.  Desde las últimas semanas el ambiente se tensaba por los rumores. El mayor temor: que se repitiera la masacre contra los estudiantes en 1968.  Evidentemente, desde ayer jueves volvieron a su lugar de origen muchos elementos del magisterio provenientes de Oaxaca, Michoacán, Veracruz, Durango, Chihuahua, Chiapas, entre otros estados entre los 22 que se sumaron a la demanda de la CNTE… Pero una representación importante de esos estados se quedó a resistir y resistieron hasta el último momento.
El primer llamado del gobierno priista a dejar el Zócalo fue a las diez de la mañana; el segundo, a las dos de la tarde… En este tiempo, las maestras y profesores se movilizaron para sacar de la plancha lo más importante del campamento: parrillas, tanques de gas, alimentos, botiquines, casas de campaña, cobijas, ropa… Hombres y mujeres cargando entraban y salían por las calles y avenidas de Brasil, 20 de Noviembre, Pino Suárez, 5 de febrero, 5 de Mayo, Madero… La tensión aumentaba porque antes de las diez de la mañana, los granaderos comenzaban a apostarse en las calles aledañas a la Plaza de la Constitución.   
A la una de la tarde, la calle de Tacuba se veía cubierta de los elementos preparados para el choque, la corretiza y los catorrazos. Los transeúntes expectantes buscaban ingresar al metro Allende, pero a pesar de prestar servicio estaba cerrado. No se entraba ni salía; a menos que lo exigiera alguno de los usuarios que exigía salir a la calle y otros a ingresar.
El caminante cotidiano del Centro, esa presencia era nueva y expectante. Así que sin el mayor empaño sacaban sus celulares para registrar en foto o en video los movimientos de los uniformados. Los trabajadores de la mayoría de los negocios comenzaba a inquietarse y como a esa hora bajaban las cortinas de metal para resguardar sus establecimientos. Cuántos de estos subieron esas imágenes a su página facebook, tuiter y otras páginas de las redes sociales.
Mientras tanto en el Zócalo, prácticamente eran nulas las casas de campaña. Sólo quedaban muchas de las lonas que sirvieron a los maestros en resistencia para atajarse las constantes lluvias en este periodo de tormentas tropicales. Calles como Monte de Piedad y Guatemala imperaba el desorden  que deja el abandono abrupto, la basura y la desolación.
A manera de barricadas, los maestros colocaron en la entrada de Moneda los baños  portátiles para “retrasar” el ingreso de “los perros” al Zócalo. En ese punto se apostaba la sección de la CNTE proveniente de la Costa Oaxaqueña, sección 22.  Al menos unas quince maestras y unos treinta profesores aguardaban las cuatro de la tarde: hora en que el ultimátum vencía.





Ahí en ese espacio, la maestra Xochitl Ávila, jefa del departamento de Educación Preescolar en el IEEPO alentaba a sus compañeros. Repartía palmadas y palabras de ánimo. Ella misma ponía el ejemplo de lucha acercándose a las hileras de granaderos, como para ver de a cuántos les tocaría a cada uno y medir fuerzas. “Ya sabíamos que acompañando a Xochitl íbamos hasta el final”, decía una maestra que reía como nerviosa. La secundaban otras más, entre ellas Guadalupe Guzmán, Amelia Aguirre, Ariana Avendaño, Nereyda Aguilar, Yaumira Rodríguez, y profesores como Pablo Urrutia, Genaro Calleja, Isaac Girón, Luis Delolla entre muchos otros profesores de los cuatro sectores de la Costa: Pinotepa, Putla, Pochitla y Puerto Escondido.   
 Mientras aumentaba la expectación: gritaban consignas,  comían tlayudas y queso para espantar la amargura en la boca, pedían un cuento o una canción para el nervio, se abrazaban, alentaban a sus compañeros que la mayoría portaba palos de banderas y del campamento. La adrenalina fluía al mil por hora.
Hasta ahí llegaron algunos reporteros y lo que parecían trabajadores de alguna institución con oficinas aledañas al Zócalo por lo trajeados y “bien vestidos” que sacaban sus celulares para tomar fotos. Había humo y fuego en algunos restos de campañas.
Se escuchaban rechiflas, consignas, canciones; del lado de los granaderos apostados en Moneda: silencio absoluto. Mientras tanto, en el cielo el ruido de los helicópteros recordaba las primeras horas de la mañana cuando sobrevolaron varias veces casi al ras de la plancha, levantando lonas y volando objetos… “Es bien feo ese ruido”.  


Las cuatro de la tarde: fin del ultimátum.  // Florina Piña

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