miércoles, 25 de enero de 2012

Letras plenas de ilusiones y desesperanzas

El pasado 20 de enero, la asociación civil Cuenteros y Cuentistas iniciamos nuestro trabajo narrativo de este próspero 2012 en el espacio Regaladores de Palabras, con la presentación del número 8 de la revista literaria Los bastardos de la uva.

La convocatoria tuvo eco y el bar del Gran Hotel Ciudad de México, ubicado en el corazón del Centro Histórico del Defe, se abarrotó con la presencia de un público que sumó la presencia de 150 personas.

La revista es de una calidad impecable y muestra el alma adolescente de sus autoras y autores, como bien dijo en la presentación la politóloga y escritora María Fernanda Bustos Venegas. Nos congratulamos de iniciar el año con este gran regalo bien nacido desde las letras y la creatividad de esta nuestra ciudad. E aquí los textos originales de la presentación.

Textos leídos en el bar del Gran Hotel de la Ciudad de México el 20 de enero de 2012

La palabra de María Fernanda Bustos Venegas

Me encontré por primera vez con Los bastardos de la uva cuando festejábamos con unos tragos después de una presentación en la Facultad de Ciencias Políticas. No tardaron mucho en cercarse a mí, uno por uno para lanzarme algún piropo, sacarme a bailar o mostrarme sus mejores credenciales en el campo literario. Desde ese momento lo descubrí: el vino, las mujeres y la vida hecha poesía son su línea, y yo desde ese momento hasta ahora no puedo sino enamorarme cada vez más de todos ellos.

Ahora espero a que salga cada número, con esos textos rechazados por otras revistas pero siempre con una calidad impecable y haciendo de sus textos algo que bien se podría llamar “lecturas para terminar en la cama o llorando en la cantina”, por ejemplo, incluido en este número, escrito por Estephani Granda: “Pero es mi mano quien recorre la comisura de tu nombre hasta tocar la línea que se derrama de unos labios lentos Para extender la forma de tu boca creciendo sobre el papel Y de entre espejos trozados salvar la violencia que se desprende de tu respiración La dorada sombra que es tu piel desnuda Mientras conoces la derrota sobre un cuerpo triste Y bebes de esta lluvia De este alimento que lastima”

¿Por qué leer Los bastardos de la uva?, pues porque es la eterna melancolía, es levantarse aún con la cruda punzante día con día (por que qué mayor soledad que la que se vive en una cruda recurrente). Bien lo dice Adela Fernández, es regresar a la adolescencia aún a los 69 años
“recordando, a través de mi literatura, mis desconcertantes andanzas infladas de ilusiones y desesperanzas.”

Leer su revista es reconocerse en los fantasmas de los cuerpos marchitos y en un viejo amor siempre recurrente, encontrando en las heridas nuevas formas para abrirlas, dejando la piel expuesta y a la intemperie, para “que duela rico”.

Enhorabuena entonces por el número 8 de Los bastardos de la uva, que una vez más logra poner en papel a grandes escritores contemporáneos de alma adolescente en un México en el que necesitamos más letras, pues la realidad nos duele.

La palabra de Luis Miguel Juárez Figueroa

Aplaudo la publicación del número 8 de Los bastardos de la uva: revista de literatura que evita navegar con panfletos, manifiestos y dogmas (tan abundantes en las aulas universitarias y los pasillos de los recintos culturales) sino que se limita a celebrar el buen trago, el arrabal y el trastabille en las cantinas.

En Los bastardos de la uva sólo existe un filtro: la publicación de textos rechazados. Y,coincidencia o no, la mayor parte de los escritos que han atendido a este llamado han versado sobre aquellos personajes que se oponen -ya deliberadamente, ya involuntariamente- a la moral del dinero y la productividad económica: putas, indigentes, locos y borrachos se acompañan a lo largo de sus líneas. Y el número 8 no es la excepción.

Lo primero que uno observa al ojear la revista es que se trata, en realidad, de una antología de literatura contemporánea (y como tal, propensa al error y a dejar fuera a los mejores textos); sin embargo, al leerla, se nota la búsqueda de reconciliar, al mismo tiempo, a autores con obra publicada y jóvenes emergentes.

Refiriéndome al contenido de este número 8, me gustaría hablar, en primer lugar, de las fotografías de Juan Pablo Zamora. Cada una de ellas retrotae a los confines más recónditos del barrio, a las esquinas que albergan al escuadrón de la muerte de personalidades en trance y a los
hoyos donde se refugian los excluidos. Son fotos que reivindican la indigencia que tiene la puerta cerrada a recintos como éste (reinos de las buenas formas, de los pantalones largos y de la estética diáfana). El fotógrafo saluda las manos cochambrosas de esos hombres y aspira el aroma acre de su tiempo suspendido. Pero a su vez disfruta el silencio que no cuestiona. Basta asomarse
a la portada de la revista para percatarse que acaso la verdadera amistad se da justo allí: en ese hombre y esa mujer abrazados en el tocar fondo.

El texto de Adela Fernández es un indicador del contenido de la revista:

“He leído la revista, recorriendo sus inframundos, con sus brillos y sus danzas de sombras, sus goteos dolorosos y los ejercicios del importamadrismo y la incomplacencia contundente [...] Ustedes aluden al despliegue de alas siempre heridas por los roedores moralistas. Vahos de
alcohol y humos que encapsulan los amores hasta extinguirlos. Tantas cosas agónicas vividas, estertores y sobrevivencias, tiempos anhelantes [...] Mucho sé de arrastrarse y hundirse”.

En el presente número se incluyen pulgas (o más bien cienpies) del texto Bajo el volcan de alcolm Lowry. Escenas que describen los pasos sin dirección y objetivo preciso del Cónsul; la incertidumbre que lo lleva a visitar las cantinas y el mezcal: un hombre que sobrelleva el recuerdo y una existencia que no todos comprenden.

Uno encuentra atisbos del Cónsul en la poesía de Gerardo Meneses y la narrativa de Oscar Schaum: escritos que lidian con situaciones límite como el divorcio o la homosexualidad en la adolescencia. También en la poesía de César Rito Gónzalez: un hombre que suplica existencia a
la barra, a los espejos, a los mezcales, a las puertas de esas cantinas campiranas ricas en desgracias. O como en esa paradoja que relata Salvador Vázquez al final de la revista: la historia de un hombre enamorado de una puta que bebe solitario en una cantina bucólica.

Es de celebrar, también, el humor que se desborda en el cuento de Hugo César Moreno y en la poesía de Máximo Cerdio. El primero, con la historia de un hombre que sufre una terrible cruda moral después de unanoche de tragos con dos mujeres entradas en kilos y una jota. El segundo,
describiendo, entre otras cosas, la arrogancia de una banca que arropó el inmenso y hermoso trasero de Jeniffer López. Hay que ponderar, también, la permanencia de secciones como la última y nos vamos y el cuestionario bastardo. En la primera, Alejandro Gamboa habla de las musas literarias que lo han llevado al terreno de la composición musical. Y en el cuestionario bastardo, el poeta Max Rojas anuncia el paso de los cuerpos con la gravedad de su voz y el humo de cigarro. Celebremos pues, la publicación de éste número.


La palabra de R Israel Miranda

I

Caminaba por el tianguis a unas calles de mi casa, ya sabes, lo de siempre, buscando el carrito de la birria que me aliviara la cruda. Al segundo plato noté que el ambiente estaba inundado de una música extraña, extraña para el barrio pues. Música clásica en una colonia cumbiambera. Provenía de unos altavoces infames, hirientes, pero las melodías eran tan dulces que mi cerebro, a pesar de mis vicios, no corría el riesgo de licuarse bajo el sol del medio día.

Al terminar mi ritual reparador me dirigí a dónde el sonido provenía. Ahí estaban un par de compinches, uno más despierto que el otro, uno más sonriente que el otro, uno con menos pelo y
mirada más inteligente que el otro. Ahora que lo pienso, creo que el otro era un perro. Así que saludé al de apariencia vivaz con una caricia en la cabeza y al otro, en éste caso, al primero, con un saludo cordial.

Al poco rato ya estábamos enfrascados en una plática (también) extraña para un tianguis verdulero: libros, música, autores, proyectos. El Uno (de nombre Ricardo Lugo) era, definitivamente, de habla fácil, clara, honesta pues, y gozaba de ese aire de esperanza casi ingenua que te dan los pocos años.

Le di uno de mis libros, el cual después me contó que leía en las salas de emergencia o en las de los pacientes terminales en hospitales de gobierno. Es un éxito decía, mueren de la risa. La idea me parecía, aún me parece, escalofriante.

El otro, por si se lo preguntan, se pasó todo el rato rascándose los wevos. Lo envidio.

De ese tiempo a la fecha han pasado muchos años, muchas cervezas, muchas lecturas, aventuras y proyectos. Destacan festivales de lectura donde, parafraseando al buen Max Rojas, la poesía venció al rock. La inauguración de la sala de lectura dedicada en nombre y espíritu al hermoso escritor del Turno del aullante, y los viernes finales de cada mes, en los que, en compañía de otros necios, ladrábamos versos y canciones entre cigarrillos y cartones de cerveza que siempre eran insuficientes.

Así que, para cuando me habló sobre su intención de armar Los bastardos de la uva no pude decirle que no, sencillamente hubiera sido inútil. A veces pienso que el tal Lugo-Viñas no acepta un no por respuesta, es obstinado, necio, obscena y descaradamente necio, por eso me cae bien. Además, la idea de mezclar letras con alcohol y música es harto seductora, al menos para mí.

II

No nos confundamos, ser borracho no te hace más listo, ni más guapo, ni más divertido, ni más valiente, ni más elocuente, no te hace escritor ni mucho menos, editor. Ser borracho sólo
te hace más borracho. Dicen que los borrachos nunca mienten, eso también es falso, las mejores mentiras que he dicho han sido precisamente bajo el influjo del alcohol. Ya sabes cosas como qué
guapa estás, qué hace una mujer tan sofisticada acá en ésta cantinucha, en fin, yo no fui, yo no lo hice, así olía el taxi. Con la droga pasa distinto, nunca contestes preguntas importantes cuando estés en ese estado, lo lamentarás, te lo aseguro.

No lees o escribes borracho, con unas cuantas copas sí, puede que hasta con un toque (o dos) pero borracho perdido no, simplemente no se puede. Follar sí, es mecánico, ebrio podrías follarte hasta un neumático, pero no leer, menos escribir. Hay mucha mitología referente al asunto del alcohol y la literatura, no me pondré a discutir al respecto sin unos tragos de por medio.

Y aquí están Los bastardos de la uva, en cuya leyenda viene una incitación descarada a la libación, al hedonismo, al trago, a la errancia. Una invitación a diluir las letras en sendos vasos jaiboleros con vodka y rajitas de limón. No se trata de leer borracho, de escribir borracho, se trata de vivir, descarada y displicentemente hasta agotar las botellas, las historias, las mujeres. Transitar por calles y callejones, cantinas, corazones, en busca de un buen trago, de un buen verso. Un borracho, después de todo, es un buen mentiroso, no hay mejor mentiroso que
un escritor.

En éste espíritu están destilados Los bastardos de la uva, que, más que un consejo editorial, son una cuadrilla de la muerte, una caterva delirante de irredentos dipsómanos cuyo gusto por el trago sólo es superado, a veces, por su apego a las letras. Celebremos pues, los pasos, paradójicamente, cada vez más firmes de esta revista y esperemos que, si sus riñones y su hígado se los permiten, dure largo tiempo la errancia y el alcohol.

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