jueves, 19 de enero de 2012

Caracola de voces

Los ecos curativos de Inesita y Juan

Por Hena Carolina Velázquez Vargas*

A sus 98 años, Inesita fue una mujer amable, de temple frágil, dispuesta a darlo todo sin ningún interés.

Amó la vida y, al lado de Juan su esposo, trabajó adquiriendo cada día más experiencia y conocimientos en el arte de curar con plantas y otros métodos relacionados con la salud. Ambos se dedicaron a cultivar la medicina tradicional.

Juan fue un hombre sensible ante la injusticia y protector de la población indígena. Viajaba a la sierra de Durango, en el norte de México, con unos burros cargados de ropa que sus hijas le regalaban cuando iban de visita a su casa. Ahí se quedaba un tiempo, con el pueblo tepehuano y raramuri.

En estas frecuentes visitas aprendió a preparar el tesgüino, una bebida fermentada hecha con maíz germinado, y lo más importante a convivir con las personas.

El 24 de junio de cada año, Día de San Juan, se festejaba en grande. Era la fiesta patronal del pueblo. Se preparaba una tesgüinada y comida para la gente de Alférez, donde vivía Juan, y pueblos cercanos que iban a festejar al curandero.

Para la preparación de la tradicional bebida de maíz se necesitaban varios días.

Primero se ponía a remojar el grano del maíz de un día para el otro, luego se tendía en costales de yute o de tela húmeda, se cubría con hojas de maíz y se regaba diariamente hasta que a cada grano le salía la raíz. Después lo ponía a asolear, lo molían, mezclaba con agua y lo ponía a hervir de seis a ocho horas a fuego lento.

Ya cocido lo dejaban enfriar, se vaciaba en tinaja de barro, le agregaban dulce de piloncillo y se quedaba en reposo cuatro días para que fermentara. Hasta entonces estaba listo para darlo a la gente en la fiesta de San Juan.

Doña Inés y Don Juan fueron la abuela y el abuelo maternos de Emma Herrera Andrade, quien relata esta historia en un breve y modesto libro que lleva por título Remedios curativos de los abuelitos, en la primera página abajo del nombre del texto está una foto donde aparecen juntos.

Están sentados en la puerta de su casa en Alférez. Ella con trenzas largas, blusa blanca y sueter obscuro. Él con camisa a cuadros, chamarra y sombrero de lado. Con sonrisa amable y mirada dulce, ambos ven a la cámara.

Emma, su nieta y hoy promotora de la salud en la Sierra de Chihuahua, narra las virtudes curativas de su abuela y abuelo. Lo que más desarrollaron, con mucho éxito, fue el tratamiento de huesos.

En una ocasión una señora de 60 años que vivía en Alférez se cayó y se fracturó la cabeza del fémur y la cadera. Don Juan y doña Inés fueron a verla y empezaron a tratarla. La inmovilizaron, le pusieron fomentos de plantas medicinales por unos días, hasta que la inflamación cedió. En seguida le aplicaron una vilma de un cactus (gardenche) que duró con ella el tiempo que necesitó para sanar y empezar a caminar.

Para concluir la presentación de su abuela y su abuelo, en la introducción del libro Emma habla de su sabiduría ancestral, palabras de las que emana el orgullo de llevar el eco de sus voces en la sangre.

“Estos dos lindos viejitos crearon un chorral de familia, hasta para regalar: 11 hijos, 71 nietos, 139 bisnietos, 44 tataranietos, aquí no se está contando a los pegados o sea yernos, nueras y demás o sea los y las esposas de los nietos, bisnietos y tataranietos. Con todo y todo ya no se sabe la cuenta pero sí se sabe que somos un chorro, que les debemos la vida, porque si ellos no estuvieran y no hubieran hecho tal travesura no existiría ese chinchorro”.

En la próxima entrega de esta columna hablaremos de las enfermedades y su tratamiento con plantas medicinales, de cada una de ellas se desprende una historia.

*Integrante del equipo de Cuenteros y Cuentistas. Becaria del FONCA 2012. Periodista, terapeuta Gestalt especializada en trabajo corporal y narradora oral.

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